lunes, 27 de octubre de 2008

De la crisis financiera y la codicia


Es el tema estrella de las conversaciones. En cualquier cafetería podemos encontrar una pléyade de presuntos economistas impartiendo lecciones sobre los motivos, causas y efectos de la crisis financiera mundial. El sábado me encontré a un conocido que se fue a vivir a México y, después del saludo de rigor, entramos de lleno al tema de la crisis. En la mesa de al lado tres hombres de mediana edad andaban señalando ya a la “codicia de los banqueros” como absoluta responsable de lo que estamos viviendo.

Ahora que ser liberal no está nada de moda y que las ratas huyen del barco para no cargar con la pesada losa de defender ideas en tiempos revueltos, el mensaje que cala es el de culpar a los “codiciosos banqueros” con su “inescrupulosa avaricia” y quedarse tan ancho. Creo que antes de afirmar esto deberíamos analizar breve, una vez más, las causas principales de esta crisis.

En los albores de la década los mercados estaban sufriendo diversas tormentas. Primero fue el estallido de la denominada “burbuja tecnológica” o de las puntocom. Casi a renglón seguido y en plena recuperación se produjeron los atentados del 11 de septiembre de 2001. Para reactivar la economía el entonces sabio entre los sabios, Allan Greenspan –un regulador del mercado, por cierto-, decidió poner los tipos de interés casi al 1 por ciento. Lo cual no tardó en tener diversos efectos.

El primero fue que los bancos se quedaron sin margen de intermediación, es decir, la diferencia entre lo que pagan por el dinero que reciben y el interés al que lo prestan. De ahí que éstos tuviesen que mover su negocio en dos sentidos. Por una parte aumentando su volumen, esto es, generando más préstamos para compensar la bajada en su margen. Por otro lado prestando con más riesgo (conocidos como subprime), esto es, a personas que tienen menos capacidad de devolver los préstamos (los famosos ninja) y cobrándoles un interés más alto.

El segundo movimiento vino impuesto por la normativa internacional de la banca –conocida como Basilea II, otro regulador-, que no permite que los bancos presten más de 12 veces su patrimonio. Así que los bancos en lugar de quedarse con los créditos hipotecarios los hicieron paquetes y los vendieron a fondos de inversión. Es lo que se conoce como titulización. El problema vino cuando estos paquetes contenían tanto créditos sanos como otros subprime, pero eso no lo vieron tan mal las agencias que juzgan la calidad de los activos financieros –o rating-, pero las consecuencias han venido en cuanto los créditos de menor calidad han empezado a resultar impagados.

Después de esta brevísima explicación, bajo mi punto de vista lo único realmente vergonzoso de este tema es el comportamiento de las agencias de rating. Ahora bien, ¿tan “codiciosos” han sido los bancos?, ¿cómo actúa cualquier persona ante un cambio en la situación de su entorno económico como la que vivieron los bancos?.

Imaginemos que yo tengo una tienda de zapatos y vendo principalmente una marca de zapatos de lujo que me genera un importante margen por cada venta. De repente esa marca decide no realizar campañas de publicidad, sino reducir el precio y la calidad de sus zapatos y hacerlos más “populares”. ¿Qué puedo hacer?. ¿Vender la misma marca pero mucho más volumen?. ¿Vender otra marca de zapatos de lujo?. ¿Cerrar la tienda y dedicarme al corte y confección?. Salvo en el último de los casos, está claro que soy un “codicioso capitalista” que sólo pienso en ganar dinero.

Es más imagínense que un día las cámaras captan a Letizia Ortiz –t.c.c. La Leti- entrar en mi tienda y esto me genera una avalancha de clientes. ¿Qué haría el amable lector?. ¿Vender la cantidad habitual de zapatos y cuando ya no me queden más cerrar y esperar a que llegue la siguiente temporada o solicitar un pedido extra a mi proveedor?. Seguramente, todos estos que no dejan de hablar de la “codicia” de los bancos optarían por lo primero.

La codicia desde el punto de vista económico es consustancial al ser humano. Nuestra sociedad, absolutamente orientada al consumo, la ostentación y a la acumulación de objetos y experiencias, nos hace ser así, pero en este caso sólo vemos la paja en el ojo ajeno.

¿Acaso los “comprometidos” músicos, actores y directores que pueblan las filas de la progresía mundial dejan de grabar discos, dar conciertos, filmar películas, vender merchandising –con perdón-, hacer publicidad para marcas o asistir a fiestas cobrando, porque ya tienen millones en sus cuentas corrientes?. ¿Acaso no son “codiciosos” los que continúan vendiendo sus producciones, su imagen y hasta su vida privada, a pesar de ser millonarios?. ¿Acaso no son codiciosos los políticos que dilapidan el presupuesto de su país para aumentar su ego o para ser reelegidos a toda costa, esos mismos que andan gritando “El capitalismo ha muerto” o “El Primer Mundo se derrumba como una burbuja (sic)”?.

Creo que Víctor Manuel, el gran cantante que pronto visitará Costa Rica, nos dio la clave hace unos años en un chat con los lectores de El Mundo: “Soy comunista, no imbécil”. Pues eso.

viernes, 24 de octubre de 2008

Recurso de amparo, el nuevo deporte nacional



El reciente episodio del intento de acabar con la construcción del Estadio Nacional patrocinado por el gobierno de China, por parte de un “grupo de eminentes ciudadanos”, ha hecho saltar las alarmas entre la ciudadanía respecto de lo fácil –y barato– que es echar por tierra cualquier proyecto en este país. Para ello solo hace falta presentar un recurso de amparo ante la Sala Constitucional o Sala IV.

No obstante, este dichosamente fallido episodio no es, ni mucho menos, un tema excepcional o que requiera la concurrencia de un “grupo de eminentes ciudadanos”.

Más bien, la presentación de recursos de amparo por cualquier motivo, especialmente para detener la ejecución de algún proyecto que molesta a alguien, se está convirtiendo en una suerte de deporte nacional.

Hace unas semanas, un conocido que se encuentra en los estertores de su carrera universitaria de Derecho en la UCR, me comentaba que, con motivo del desarrollo del proyecto de trabajo comunal, obligatorio para graduarse, se dirigió a conocer las actividades de un grupo de estudiantes organizados para tal fin. Entre consignas bolivarianas, los jóvenes desvelaron que su dedicación comunal se dirige a ayudar a diversas comunidades a presentar recursos de amparo con el fin de paralizar proyectos de inversión en el entorno de aquellas.

Desde desarrollos inmobiliarios a plantaciones de piña, pasando por proyectos turísticos –¡qué gran enemigo de las comunidades es el turismo!–, la dedicación comunitaria de nuestros jóvenes en ciernes de ser licenciados universitarios consiste en el asedio a la iniciativa empresarial. Todo bajo sede y amparo de la intocable Academia, cuya autonomía me imagino que impide la sustanciación de cualquier intento por evitar este tipo de actividades, rayanas, a todas luces, con el terrorismo legal que tan fervientemente defienden los enemigos de las mayorías democráticas.

Este asunto demuestra dos cosas. La primera es que, si un grupo, no ya de “eminentes ciudadanos”, sino de mentes en proceso de maduración, jaleadas desde los púlpitos de la pseudointelectualidad de izquierdas de este país, puede paralizar proyectos a punta de recursos de amparo, ¿qué no podrá hacer un abogado con cierto bagaje profesional en materia constitucional?

La segunda y más importante es la gratuidad, o falta de responsabilidad, asociada a la presentación de recursos de amparo “por deporte”. Esa es la clave del asunto. Para paralizar un proyecto de 72 millones de dólares, como es el Estadio Nacional, el “grupo de eminentes ciudadanos” solo necesitaron escribir una cuantas líneas –probablemente tengan el machote y solo haya que sustituir Acueducto Sardinal por Estadio Nacional, por ejemplo– en un procesador de texto.

Por fortuna, en este caso, el atraso del proyecto ha sido tan solo de unos días, pero esta no es la tónica general, sobre todo dado el atasco que la Sala IV tiene merced a esta nueva moda de presentar recursos de amparo para todo. ¿Cuál hubiese sido el costo económico de tener durante meses o años paralizada esta construcción? Voy más allá, ¿quién se hubiese hecho cargo de ese costo una vez que el tribunal competente hubiese dictaminado? Mucho me temo que los “eminentes ciudadanos” que presentaron el recurso, no. ¿No sería razonable que los reclamantes tuviesen, como mínimo, que responder económicamente por el posible daño causado?

De otra forma, aquí el único que corre algún riesgo con un recurso de amparo es el demandado. El demandante, tenga o no razón, se dilucide el asunto a su favor o en su contra, no tiene absolutamente nada que perder. Así cualquiera.

Publicado en La Nación de Costa Rica el 22 de octubre.

martes, 21 de octubre de 2008

El conocimiento y la elegancia


Vivimos en la “Era del conocimiento”. Sí, sé que es un tópico, pero es que es la pura verdad. Entre los periódicos, el Internet, la radio y la televisión -¡qué dañina es la televisión!- hoy todo el mundo tiene acceso a caudales ingentes de información. Por ende, cuanto más informados estamos más conocimientos adquirimos. Seguramente nuestros bisabuelos aparte de su profesión y de fútbol –ellos- o punto de cruz –ellas- no sabían de mucho más. Hoy la cosa ha cambiado.

Sin ir más lejos una afamadísima periodista sentencia que en su profesión se posee “un mar de conocimientos con un centímetro de profundidad”. ¡Ahí es nada!. Lo cierto es que si miramos a nuestro alrededor puede que esta temeraria afirmación no sólo sea aplicable a los titulados en Ciencias de la Información y afines, sino a todo hijo de vecino.

En el ámbito masculino, el conocimiento futbolístico viene dado por defecto, además en España todo el personal se conoce al dedillo los avatares de Fernando Alonso y las proezas de Rafael Nadal. No puede faltar, para dar cierto nivel a las conversaciones de barra de bar, tener un profundo entendimiento de algún deporte más de minorías, como el bádminton o la pesca de río con mosca.

Entre las féminas unas nociones de moda y complementos son absolutamente imprescindibles. Aunque todo lo relacionado con la maternidad suele ser tema recurrente. Desde el embarazo hasta la ardua tarea de educar a los hijos, sin olvidar los prolegómenos propios de la lactancia.

Pero por encima de estereotipos de carácter sexual, hay mil temas en los que cualquiera, sea hombre o mujer, sostiene una conversación con los fundamentos propios del entendido. Desde Historia a Economía, pasando por la sempiterna actualidad política, que tan acalorados y variados debates proporciona, todo el mundo hoy tiene una cuota de conocimiento que aportar al debate.

Ya se hable de la legalización de las drogas, de la crisis de las hipotecas subprime, de vinos, de cine o de la crianza del esturión en cautividad, que para eso están los documentales, opiniones con supuesto criterio no faltan. Porque el conocimiento, definitivamente, nos induce a la opinión. Así que esta “Era del conocimiento” se me antoja igualmente la “Era de la opinión”.

Los medios de comunicación nos nutren de conocimientos, generalmente sesgados, para que nosotros generemos nuestras propias opiniones, esto es, sesguemos aún más la información recibida. Lo cual ya lo avanzó Bertrand Russell, quien afirmaba que “con un poco de agilidad mental y algunas lecturas de segunda mano, cualquier hombre encuentra las pruebas de aquello en lo que necesita creer”.

Como ejemplo más rotundo tenemos Wikipedia, que es una enciclopedia virtual y, además, inventada, dado que uno puede escribir lo que le dé la gana y luego llega el personal y se lo cree como si estuviese escrito en piedra. Para colmo están los blogs que, como ya se ha dicho aquí, representan la versión escrita de la popularización del conocimiento y, por tanto, de la opinión. Opiniones que pesan más por estar negro sobre blanco –púrpura sobre rosa en algunos casos-, lo cual se nos antoja más cierto, más documentado, más comprometido que una simple conversación de café.

- “El otro día leí que la crisis financiera ha hecho perder 2 billones de dólares a la economía estadounidense en un solo día”, dice un amigo a otro.

- “¿De veras?. ¿Y dónde lo leíste en el WSJ?”, pregunta el segundo.

- “No, en un blog que se llama Brindis al Sol”, es la demoledora respuesta.

Por descontado que aquí, un servidor, es de los que se ponen a opinar a diestro y siniestro sin el más mínimo reparo. Generalizando y sacando conclusiones de ese “mar de conocimientos” que la sociedad de la información nos brinda a diario. Dicho de otro modo “metiéndome hasta en los charcos”, que diría mi padre. Jugando a ese periodista que, con ese “centímetro de profundidad” gnoseológica, se da cuenta de que el chapoteo es perfectamente válido. El que esté libre de pecado que nos aporree a pedradas.

lunes, 20 de octubre de 2008

Tranquilos, la crisis no va con Costa Rica


Los dos máximos responsables de la política económica del país, el ministro de Hacienda y el presidente del Banco Central , han demostrado en sendas entrevistas a La Nación su capacidad para hacer creer al público que esto de la crisis financiera mundial no va con Costa Rica. Es su trabajo y es lo que toca, lo cual no quita que, al menos, lo hagan con un poco de rigor.

El ministro Guillermo Zúñiga dice sentirse “tranquilo” porque el Gobierno “ya tomó” medidas para atenuar los posibles efectos de la crisis. Para empezar, resulta impresionante que el responsable de Hacienda hable de medidas tomadas en el mes de mayo, lo cual indica que Zúñiga ya preveía esta crisis, de la cual ningún experto hablaba.

Claro que no menos sorprendentes son las “medidas” acordadas en mayo –insisto– por el Gobierno, como el plan destinado a mejorar la “seguridad alimentaria”, para gran regocijo de las huestes bolivarianas patrias que no se quitan el eufemismo de la boca. Digo eufemismo porque lo que realmente significa “seguridad alimentaria” es “subsidios a todo meter para los productores agrícolas”. ¿Se acuerdan de la diputada “arrocera” del PAC? Pues eso.

Lo que no dice Zúñiga es que desde mayo los precios internacionales del arroz o el maíz han caído entre un 17% y un 23%. Al igual que el petróleo lo ha hecho en más de un 40%, y el Ministro habla del programa de subsidios del diésel para el transporte público. A lo mejor es que Zúñiga se guía por los precios de las gasolineras, inamovibles a pesar de la caída en picado del crudo.

El presidente del Banco Central ha ido más lejos. No es que Francisco de Paula Gutiérrez esté “tranquilo” como su colega de la cartera de Hacienda, sino que no cree que “haya contagio”, aunque, si leemos con detenimiento, nos percatamos de que a lo que el jerarca monetario se refiere es al sistema financiero, reconociendo que “evidentemente, hay un canal real de desaceleración de las exportaciones”.

Sin embargo, ya sabemos que a Gutiérrez esto de las exportaciones le importa bastante poco, lo suyo es combatir –con absoluto fracaso– la inflación.

Estos desvelos inflacionarios son lo que llevaron al presidente del Banco Central a cerrar el grifo de la financiación de los bancos estatales hace unos meses. Con esto y subiendo los intereses al 12% se pretendía recortar el efectivo en manos del público y así esperaba controlar la inflación y, de camino, ralentizar el crecimiento económico del país impidiendo el acceso al crédito de los sectores más dinámicos de la economía: el exportador y el turístico. El agrícola entre subsidios y programas de “seguridad alimentaria” no tiene ese tipo de problemas.

La cuestión es que el panorama, desafortunadamente, es mucho más sombrío del que pintan esta pareja de economistas. Primero por las implicaciones de esta crisis que tanto afecta a nuestro principal socio comercial. La inversión extranjera directa, junto con el turismo, principal factor de la bonanza económica experimentada por Costa Rica durante los últimos años, se encuentra en franco declive y con pocas probabilidades de recuperarse en el corto plazo.

Por otra parte, nos encontramos con un presupuesto público que el propio ministro de Hacienda ha calificado de “corte social”, esto es, lleno de subsidios, ayudas y demás gastos propios de un año preelectoral. Amén de una estructura estatal absolutamente incapaz de sacar adelante un solo proyecto de inversión relevante que logre reactivar la economía.

No se trata de un asunto únicamente de voluntad política, de capacidad financiera del Estado o de ausencia de proyectos e iniciativas, sino de que, como hemos podido comprobar hace unos días, cualquier iluminado con ínfulas populistas puede paralizar una inversión pública presentando un puñado de papeles ante la Sala IV. Pintan bastos, dicen en mi tierra.

Publicado en La Nación de Costa Rica el 17 de octubre.

jueves, 16 de octubre de 2008

La homosexualidad y la elegancia


Quiero empezar manifestando al amable lector que para mi la homosexualidad, tanto femenina como masculina –¡cuán denostada continúa aún la primera!-, es una opción sexual que nace de la libertad de los individuos y que, por tanto, no puede más que ser respetada por aquellos que no la hemos elegido. Dicho lo anterior creo que con estas líneas estoy tocando un tema especialmente sensible, por lo que procuraré, sin caer en lo políticamente correcto, no herir sensibilidades más allá de lo habitual en este blog.

No hace falta decir que el hecho ser gay o lesbiana ha sufrido una serie de vaivenes en cuanto a su aceptación social a lo largo de la Historia. En la Grecia Clásica era lo más normal del mundo. Posteriormente las religiones que hoy perduran, con mayor o menor intensidad, han proscrito la homosexualidad calificándola de agravio hacia las buenas costumbres o, simplemente, como pecado.

En España, quizá debido a la fuerte influencia de la Iglesia Católica durante el régimen franquista, la homosexualidad llegó a ser un delito. Como tantas cosas achacables al período dictatorial, la persecución sufrida por los gais –ahora se escribe así, que lo he visto yo hasta en libros de mucha enjundia- se transmutó, con la denominada “madurez democrática”, en no pocos casos en una suerte de exhibicionismo libérrimo. En otras palabras, lo que antes estaba vedado ahora está hasta bien visto.

Utilizo el término “exhibicionismo” porque así es como podríamos denominar a las actitudes –y vestimentas- de cualquier famoso de medio pelo que decide “salir del armario”. Eufemismo al canto. Ejemplos de esto no faltan, pero quizá el más claro sea el del presentador de televisión Jesús Vázquez. Este señor pasó de ser ídolo de quinceañeras a sex symbol de cuarentones, de las portadas del Superpop a las de Zero, de empalagoso cantante cursi a firmante de manifiestos progresistas.

Convendrán conmigo en que esta transfiguración que provoca en los famosetes el gritar a los cuatro vientos, generalmente catódicos, su opción sexual resulta de una falta de elegancia absoluta. Repasemos algunos de los comportamientos propios de la transición de la normalidad a la homosexualidad declarada.

El primer síntoma que se percibe es una modificación sustancial en el vestuario. Camisetas ajustadas, camisas con estampaditos de lo más chic –demasiado chic, diría yo- e incluso el uso de alguna falda no pueden faltar en el fondo de armario de todo gay con cierta proyección mediática. Todo esto ha venido generando una estética particular bastante celebrada, por cierto, en los ambientes de “últimas tendencias”. Estas tendencias suelen tener su réplica entre las mentes más proclives a adoptar las modas pasajeras, encabezados por los futbolistas profesionales. Desde los pantalones pirata hasta la camisa de manga corta estampada y ajustada, ejemplos sobran.

Por descontado que, en la primera oportunidad que se presenta, el recién ex morador del ropero debe mostrar en directo su torso, su trasero o, directamente, un desnudo integral, habitualmente con strip-tease incluido. Como aquel que regaló Boris Izaguirre a su enloquecida audiencia en el dichosamente desaparecido espacio Crónicas Marcianas.

El siguiente síntoma que se prodiga es hablar continuamente de la preferencia sexual del interfecto. El ejemplo más significativo de esto es el moranco Jorge Cadaval, que desde que decidió –más bien a este lo forzaron a hacerlo- abandonar el guardarropa, en los programas en los que interviene es el tema estrella. Les recomiendo ver, el que tenga paciencia y ganas, Mira quién baila.

En definitiva, como decía al principio hemos pasado de la prohibición a la exhibición. Dicho de otra forma más gráfica, del macho ibérico carpetovetónico, representado por el landismo –de las películas protagonizadas por Alfredo Landa- al afeminado zerolismo de corte progresista.

Yo tengo amigos y conocidos homosexuales. A un lado y otro del Atlántico. Pero no voy a caer en el tópico de decir “son todos muy buenas personas”, porque hay de todo, como en botica. Lo que sí puedo decir es que ninguno de ellos tiene esa exagerada tendencia al exhibicionismo que nos venden por televisión los maricas oficiales. Algunos de ellos son caballeros muy elegantes que no van haciendo de su orientación sexual su modus vivendi, lo cual pareciera que es lo lógico de acuerdo con los tiempos que corren.

martes, 14 de octubre de 2008

Fútbol, racismo y elegancia


Algo se atisbaba en mi artículo sobre Barack Hussein Obama. Sin embargo, la noticia de que la Federación Inglesa de Fútbol no quiere que la selección de dicho país juegue en Madrid un partido amistoso con España, debido a las actitudes racistas de una parte del público hace cuatro años, ha provocado que salten las alarmas en Elegancia Perdida.

Para empezar, creo que es de justicia aclarar que en la selección española juega un futbolista de color, es decir, negro. Sí, ya sé que el negro es la ausencia de color, pero no quiero herir los sentimientos de nadie diciendo algo así como “Marcos Senna, ese jugador ausente de color”. Prefiero usar el eufemismo progre que todo el mundo entiende y, de camino, evito que alguien marque este blog como “inapropiado”. Dicho esto, pareciera que en España no somos tan racistas como nos pintan en las islas.

Seamos honestos. Un campo de fútbol no es un salón de baile dieciochesco en el que todo son actitudes protocolarias y una balsa de cortesía artificial. Al estadio acude el personal mayormente a descargar las tensiones del día a día, entiéndase la crisis financiera. No podemos pedir peras al olmo, la gente, hasta el más pintado de los que van al palco con calefacción y ambigú, va a contemplar un espectáculo deportivo en el que se desatan las más bajas pasiones.

Los insultos, los improperios, los cortes de manga y los apelativos de carácter soez son la particular forma de expresión que predomina en los campos de fútbol del mundo. Nadie, que yo sepa, se pone a vociferar en mitad de un Madrid-Barcelona al árbitro: “Colegiado, me va usted a disculpar, pero creo que se ha equivocado usted: no es fuera de juego”. Lo más probable es que el público, enardecido en contra de la decisión del juez de línea, ratificada por el árbitro, comience a corear “hijo de puta”, junto con el coro de las palmas al compás: plas, plas, plas, plas, plas.

Pues bien, parece que en Inglaterra, cuna y albergue de los más conocidos animadores deportivos del planeta, los hooligans, las cosas no son lo que eran. Por eso ahora andan reclamando corrección hacia sus jugadores de color en las gradas de los estadios españoles. Lo cual a mi me parece muy bien. Porque no es lo mismo llamarle “hijo de puta” al árbitro de turno que “negro de mierda” al defensa leñero hijo de la Gran Bretaña. Existe una diferencia abismal.

El ingrato recuerdo de la progenitora del colegiado podríamos considerarlo casi un acto reflejo del hincha futbolístico, que responde como un resorte ante la injusticia arbitral. Nada puede objetarse al respecto, ni resulta punible el hecho. El insulto hacia el defensor de colorafroamericano si es estadounidense-, sin embargo, es un acto consciente, premeditado, que ataca contra la persona por motivo de su raza, en otras palabras, todo un ataque contra los derechos fundamentales del individuo. Una acción así merece, sin lugar a dudas, que el peso de la justicia caiga sobre su ejecutor.

Como lo anterior, esto es, el más severo castigo contra los que protagonizaron ese tipo de atentados contra los seres humanos de color, no sucedió allá por 2004, cuando la selección inglesa cayó en el estadio Santiago Bernabeu contra la española, entonces ahora los responsables del fútbol de la Pérfida Albión no quieren que Madrid sea sede de ningún partido entre ambos conjuntos. Lógico.

La acción de una serie de individuos, cegados por el odio racista –no por el enardecido espectáculo deportivo, de ser así hubiesen gritado “hijo de puta” sin más- debió ser castigada con dureza por las autoridades españolas. Al no serlo, es evidente que Madrid es una ciudad racista en sí misma y estos desagradables incidentes podrían volver a producirse. ¿No les parece?.

¿Qué les hace pensar a los futbolistas de color ingleses que en Valencia –o en San Petesburgo-, promotores del boicot a Madrid, se sustituirán los insultos alusivos a su raza por el castizo “hijo de puta”?. ¿Se habrán percatado en Inglaterra de que Marcos Senna es de color?. ¿Acaso no saben los hijos de la Gran Bretaña que si aquí fuesen las elecciones presidenciales norteamericanas Obama ganaría de calle?.

sábado, 4 de octubre de 2008

La elegancia y las palabras de moda: el "infit"


No hay más que darse un paseo por un puñado de blogs -de los denominados de “moda”, claro está- para visualizar un buen número de modelitos de personas particulares que nos cuentan qué ropa lucen, dónde la han comprado e incluso cuánto les ha costado la composición –al más puro estilo mastercard-. Estos reportajes caseros se han popularizado extraordinariamente bajo la denominación anglosajona “outfit”. Mucho más adecuado que el castizo “modelito”, dado lo cosmopolita del término “outfit”.

Lo que casi nunca tiene cabida en estos modelos es ese mundo que hay detrás de un outfit. El “backstage” que diría cualquier fashionista irredento. Aunque a lo que yo me refiero no sólo se encuentra oculto entre la maleza de la falda/pantalón y top de turno, generalmente al socaire de unos pies estudiadamente desbalanceados hacia el centro de la figura –siempre me he preguntado el porqué de la pose-. No me refiero tampoco a aquel invento de post en cadena: “Vacía tu bolso y enséñalo en Internet", que tanto recelo de cercanía me produjo.

A lo que yo vengo a referirme es a este nuevo término que debería imponerse entre la bloguería fashionista imperante: el “infit”. En el infit se muestran tanto elementos que forman parte de las entretelas del modelito –el backstage, insisto-, como otros que son más visibles, pero nunca tienen el privilegio de ser protagonistas en el outfit al uso.

Verbigracia el ejemplo que les traigo. Personal e intransferible:

Gafas: Ralph Lauren.
Gemelos: Comprados en una tienda de Jeremyn Street (no recuerdo el nombre).
Ballenas: Hackett.
Libro: Biografía de Adolf Loos, Fnac.
Reloj: IWC, modelo Portofino automatic.
Teléfono: Nokia, modelo 5100.
Billetes: Banco Central de Costa Rica.

Como puede apreciarse es un cuadro ideal de lo que puede ser una mesita de noche, en el momento previo a la ceremonia diaria y matutina de engalanamiento o una vez finalizada la tendente a cambiar el atuendo. El infit refleja algo más que un modelito conseguido en la tienda de ropa rápida del momento. Se trata de una puerta abierta al universo fascinante del backstage de la persona. Una revelación personalísima y última de lo que se cuece detrás, no ya del outfit, sino de la percha que habitualmente es lo que interesa.

Tengo puestas grandes esperanzas en el infit, no sólo como término de moda, sino que, una vez eclosionado, se adueñe de los miles de post sobre el intrincado mundo del estilo se escriben a diario.