miércoles, 29 de abril de 2009

Obama, Bruni y la familia Rodríguez. Una fotografía de la España de la pandereta


En la pasada campaña electoral ya vimos cómo el PSOE tiraba de su infinita lista de “intelectuales de la izquierda” para lanzar un video apoyando la candidatura de Rodríguez Zapatero. Desde la nueva líder intelectual del “movimiento”, Pilar Bardem, a la cual casi premian poniéndole su nombre a una calle de Sevilla, hasta los comunistas de toda la vida como Pilar Cuesta y Víctor Manuel Sánchez, Ana Belén y Víctor Manuel para los no iniciados.

En esta ocasión, no sabemos si porque no los han llamado o porque muchos no se quieren señalar demasiado, no vaya a ser que en menos de un año cambien las tornas, la estrella rutilante de la campaña electoral no es otro que el mismísimo presidente de los EE UU, Barack Obama. El nuevo amigo de Rodríguez se ha convertido, por arte de magia audiovisual, en el máximo baluarte de un PSOE a la deriva.

Y es que ZP quiere ser como Obama. Su amigo del alma, con el que apenas ha compartido unos minutos en cuatro cumbres. Un amigo que no nos llama para las reuniones del G20, pero que habla muy bien de nuestro AVE y de lo maravilloso que es el jamón de Guijuelo y el lechazo. ¡Ah no!, ese es otro negro, es el de CSI que, como Obama, también hace campaña interna, pero para promocionar Castilla León.

Sonsoles Espinosa, la esposa de ZP, que no la primera dama, también quiere darse su pequeño baño de internacionalidad mediática. Por eso ha invitado a Carla Bruni a almorzar. Algo insólito en los viajes de los jefes de estado, aunque imaginamos que será una nueva costumbre de los actuales moradores de Moncloa y mañana la invitada será Lina Moreno, esposa del presidente colombiano Alvaro Uribe.

La verdad es que no creo que a la esposa de Uribe le vayamos a dar los españoles el mismo seguimiento que le hemos dado a los modelitos de la Bruni. Como tampoco veo a Sonsoles almorzando con la primera dama de Colombia. Porque las primeras damas de Latinoamérica a la esposa de ZP le importan un pimiento, como demostró en la Cumbre Iberoamericana de Salamanca. A Sonsoles le interesa hacerse la foto con la Bruni tanto como a su marido hacérsela con Obama. Lo demás son obligaciones del cargo, como dejó bien claro a los presentes en aquella cumbre.

Y así vamos forjando nuestra fama de país de pandereta. Nos engrandecemos como papanatas universales que hacen la ola a una señora y cuya intelectualidad pelea por verla de cerca en la cena oficial de La Zarzuela. Lo cual es bastante normal cuando el presidente del Gobierno da codazos por fotografiarse con Obama y su esposa con Carla Bruni. Hasta Curro Romero faltó a la "Noche del pescaito" en Sevilla para ver a la Bruni de cerca.

lunes, 27 de abril de 2009

Los colores y la elegancia


No, no es que haya colores elegantes y colores que no lo son. Aunque quizá el amarillo, en general y salvo para complementos muy concretos, sea el más despiadado de los colores a la hora de llevarlo puesto. Lo que sí hay son colores que están, o se ponen, de moda y colores que no. Colores que hay que llevar, sean con look total, que viene ser algo así como ir de los pies a la cabeza con el mismo color o combinación de ellos, o simplemente en prendas aisladas. Sin él la vida carece de sentido más allá del fondo de armario.

Porque la moda, o las modas, tienen siempre un contrapunto de borreguismo que, incluso sus más fieles seguidores, no llegan a considerar en toda su extensión.

Corría el año 2003 cuando el endiosado Tom Ford se sacó de la manga un color verde oscuro para vestir a Nicole Kidman de cara a su desfile procesional en la ceremonia de los Oscar. Un verde que no llegaba a botella pero que tampoco era claro. Si la memoria no me falla, porque tampoco me voy a poner a buscarlo en Google, era su penúltima colección para Yves Saint Laurent Rive Gauche. Además del vestido sacó zapatos del mismo color, blusas y alguna que otra prenda.

El color de marras pasó sin pena ni gloria. La Kidman fue alabada y vituperada por partes iguales y Tom Ford se largó a descansar y luego a crear su propia marca. Para la temporada de otoño-invierno de 2007 las firmas de prêt-à-porter inopinadamente empiezan a sacar al mercado todo tipo de prendas del color que Ford empleó para aquel vestido. Se convirtió en el color de moda y eso que su “invención” había sido tres o cuatro años antes.

Ahora nuevamente vuelve a ponerse de moda un color. Aunque en esta ocasión quizá menos encasillado que el verde de Tom Ford. Me refiero al morado. Aunque a lo mejor debería llamarle berenjena. Para mujer o para hombre, el morado apagado, entre capote de torear y vestido de Hello Kitty es el color que arrasa esta temporada. Las tiendas de ropa rápida lo han invadido todo del moradito apagado de turno y el personal lo ha acogido con gusto. El otro día en una actividad a la que asistí me encontré a una señora enfundada de los pies a la cabeza, medias incluidas, en el color de la temporada. Desde luego llamaba la atención, pero no creo que por lo que a ella le hubiese gustado.

Esto de los colores, como digo al principio, no es que sea elegante o no. Lo importante, como siempre, es si se quiere ser parte de la manada o ir por libre. En mi caso, si ven un caballero medianamente bien vestido por la calle y piensan que podría ser yo, si lleva alguna prenda moradita hello kitty, descártenlo de inmediato.

martes, 21 de abril de 2009

La república y la elegancia


Los que me han leído algo a lo largo de estos años, sabrán que yo me siento republicano. Simplificándolo todo, creo que los ciudadanos tenemos derecho a elegir libremente quién es nuestro jefe de estado. Nada más y nada menos. Además, por complicar un poco la cosa, pienso que debe respetarse el papel histórico jugado por Juan Carlos de Borbón y dejar que el hombre reine hasta que él lo considere oportuno. A partir de ahí elecciones.

Imagino que a muchos, esta declaración de intenciones mía les ha sorprendido, dado que uno es “reformista liberal”, es decir de derechas pero a la izquierda del eje Losantos-Aguirre, y esto de ser republicano suena muy a izquierdista. No me extraña y de eso quiero hablarles.

Este fin de semana en no pocas localidades españolas se ha celebrado el “Día de la República”. Al más puro estilo del mitin-fiesta carrillista, aquellos eventos que tantos bolos generaron para la familia San José Cuesta, conocidos popularmente como Víctor Manuel y Ana Belén, pero con más fiesta que mitin y, mayoritariamente, patrocinados con el dinero de los impuestos.

En el caso del municipio en el que vivo, tan excelso evento se desarrolló en el paseo marítimo. Día soleado aunque ventoso pero propio para el solaz de la familia a la orilla del mar. Allí se encontraban los republicanos oficiales con su escenario y su barra –libre, por cierto-. No eran más de treinta. Uniformados ellos con barba más o menos descuidada, ellas con pendiente en la nariz. La kufiya imprescindible y unisex.

Al calimocho público lo acompañaban algunas viandas que no logré distinguir en mi fugaz paso por el cónclave. Ondeaban dos banderas con franja morada y escudo al uso. ¡Qué importante es la simbología en esta España mía, esta España nuestra!. Los carteles de Izquierda Unida pedían la firma a fieles y transeúntes “por el empleo”. Como si por firmar en una hoja le estuviera uno dando trabajo a los que engrosan las listas del paro. Una firma, un puesto de trabajo.

Una pareja de músicos amenizaba el mitin-fiesta. No, no eran los San José Cuesta, que esos ya por menos de 60.000 euros no se levantan por la mañana. Éxitos de ayer y de siempre que encontraron su punto álgido en la interpretación de Comandante Ché Guevara, del inefable Silvio Rodríguez, que algunos bailaron al estilo pasodoble. Tampoco faltaban las camisetas con la estampa del líder guerrillero. Y yo me pregunto, ¿qué tiene que ver el Ché con la república española?.

Simbología de una tribu a la que yo pertenezco sin ser parte de ella, dado que lo de “republicano” no es más que una excusa, un vil subterfugio para todos estos vividores trasnochados. ¿Por qué se llaman “republicanos” cuando lo que quieren decir es “comunistas”?. Será que al colectivo en cuestión también le llegan las modas y ahora, además de usar la kufiya y el pendiente en la ceja, le gusta autodenominarse “republicano”. Porque lo de “comunista” está demodé.

sábado, 18 de abril de 2009

¿Y los paraísos sociales?


Me ha provocado auténtico estupor la constatación de que la única medida real y efectiva tomada en el seno del denominado G20, haya sido la de publicar una lista de países denominados “paraísos fiscales”. Una lista negra de estados soberanos a los que se amenaza con sanciones si no se pliegan a los deseos informativos de los grandes países del planeta.

Paradojas. Mayor perplejidad me ha producido ver que Costa Rica se encuentra en esa lista. Resulta paradójico que Reino Unido, Francia u Holanda puedan poner marchamos de opacidad a terceros cuando ellos son los que inventaron este tipo de refugios. Véase la pléyade de islas caribeñas aún bajo su control que resultan ser verdaderos paraísos, no solo por sus playas de arena blanca, sino por lo liviano del control financiero y fiscal de ella. Sin ir más lejos, no son pocos los ciudadanos costarricenses que acuden a dichas islas, no para dorar su piel bajo el sol, sino para depositar en ellas sus ahorros o el fruto de transacciones comerciales. Paradojas del mundo contemporáneo.

Tampoco Obama puede sacar pecho al respecto, dado que el estado de Delaware es, de facto, un auténtico paraíso fiscal en el que se puede crear una sociedad en treinta minutos y con acciones al portador. Tampoco hace falta ser estadounidense, ni tan siquiera residente para tal trámite. Desconoce- mos por qué este estado norteamericano no se encuentra en la lista negra.

Lo anterior ya resulta suficientemente esclarecedor del doble –y equivocado– rasero que han aplicado en el G20 para tomar la decisión y poner nombres a países que ni tan siquiera pueden defenderse, dado que no se encuentran representando en tan mediático foro. Sin embargo, lo más dramático es comprobar lo interesados que están los países más desarrollados del mundo en erradicar los paraísos fiscales –los ajenos, claro está– con tal de aumentar la recaudación de sus maltrechas arcas públicas, pero lo poco que les importan los verdaderos paraísos del siglo XXI: los paraísos sociales.

Costa Rica, por poner el ejemplo más cercano, es un país reconocido internacionalmente, para lo bueno y para lo malo, por su sistema de seguridad social. Lo cual interesa bastante poco, dado que de lo que se trata es de perseguir cualquier atisbo de evasión impositiva, no de evitar la invasión de productos fabricados en países que institucionalmente deploran la protección social de los trabajadores. Esto último dista mucho de ser lo que ocurre en Costa Rica.

‘Dumping’ social. Todo esto tiene su lógica si consideramos que uno de los países más destacados del G20 es el mayor paraíso social del mundo. Me refiero a China, en donde es el propio Estado el que patrocina la ausencia de garantías sociales con tal de inundar el mundo entero con sus productos. Gracias a esta política de dumping social masivo es como China se ha convertido en un país imbatible en lo que a fabricación a bajo coste se refiere.

Por poner un ejemplo claro y rotundo, China se ha comido al sector textil mundial, desde el que producía en países desarrollados, hasta el que existía –queda algo, pero desaparecerá– en países en vías de desarrollo como Honduras, Vietnam o Marruecos. No se puede competir contra un coloso que tiene la firme decisión de acabar con cualquier competidor y al que, cultural e institucionalmente, le importan poco los derechos de sus ciudadanos.

Para colmo este paraíso social tiene carta de naturaleza como país respetado entre los grandes del planeta. Con este panorama creo que no debería extrañarme tanto por las resoluciones del G20. ¡Muerte a los paraísos fiscales! ¡Larga vida a los paraísos sociales!.

Publicado en La Nación de Costa Rica el 17 de abril de 2009.

miércoles, 15 de abril de 2009

Los periódicos y la elegancia


Una de las grandes ventajas que hemos descubierto con el maravilloso mundo del Internet es que tenemos acceso a una fuente casi infinita de información. Mayormente de información fresca, de noticias, de actualidades efímeras de esas que tanto llenan nuestra vida en sociedad. Ahora ya no hay que ir al quiosco a comprar la prensa diaria. La prensa entra por la rendija de la conexión a la Red de Redes -¡menuda cursilada!- de nuestro hogar o de la oficina.

¡Qué equivocados estamos!. De nuevo confundimos variedad, o mejor dicho cantidad, con calidad. Nos conformamos con los titulares digitales de tres o cuatro diarios cibernéticos –unos versión del físico y otros nacidos al calor de la “sociedad de la información”- en lugar de entretenernos con la lectura sosegada y extensa de un solo periódico. Porque parece que lo elegante es decir que se han leído cuatro o cinco medios en lugar de uno sólo pero bien leído.

Nada más lejos de la realidad. Si la lectura de un diario ya es un acto de manipulación consentida en un noventa por ciento de los casos, el repaso de los titulares digitales es la constatación de lo poco que le interesa al individuo contemporáneo detenerse a pensar en la veracidad de lo que lee.

Los periódicos digitales son el extremo de la manipulación mediática a la que estamos sometidos a diario y desde todos los medios. Uno abre la página en cuestión y sólo ve un compendio seleccionado de aquello que le quieren vender. Es como si del periódico impreso uno sólo leyese la portada. Sí, yo sé que se puede entra en el desglose de la noticia, pero sigue siendo incompleta.

Textos reducidos que no cansen al “espectador”, dado que la fatiga visual en la pantalla supera a la que provoca leer el medio impreso. Porque los visitantes de los medios digitales tienen más de espectadores que de verdaderos lectores. ¿Cuántos artículos completos leemos y cuántas veces simplemente pasamos de largo llevándonos en la retina el titular?. ¿Cuántas personas se habrán quedado en el primer párrafo de este artículo ante la perspectiva de tener que leer en la pantalla toda una columna?.

El periódico impreso es otra cosa. Empezando por el acto religioso de adquirirlo en el quiosco o recogerlo de la puerta de la casa, como hacía yo en mi Costa Rica querida, impregnándose de ese tumulto de sapiencia que es el olor a tinta sobre papel. Continuando por el repaso detallado de los titulares, no sólo los de la portada, y finalizando con la lectura reposada de nuestra columna favorita.

El periódico impreso llega a detalles mayores y está salpicado de muchas más imágenes de las que caben en una pantalla. Por no hablar de las viñetas, verdaderas obras de arte muchas de ellas. Deleite de unos, los lectores, y cabreo monumental de otros, los protagonistas.

Leer el periódico en la sala de espera, en el autobús, en el metro, en la cafetería, es mucho más elegante que ponerse a mirar la diminuta pantalla del cacharro electrónico de moda, intentando “informarse” de lo que otros quieren que sepamos o dejemos de saber. Sin pretensiones, sin idas y venidas digitales, pasando las páginas cadenciosamente y leyendo los entresijos de la actualidad. Esos avatares que mañana por la mañana serán pasado, pero quedan ahí, impresos, aunque ya sólo sirva para limpiar los cristales o para embalar la vajilla de loza(*).

(*) Desembalando el juego de café de la abuela me encuentro lo siguiente: 30 de diciembre de 2007. El Mundo, Tribuna: “Cómo afrontar la crisis económica mundial”.